Por Raúl Quintanilla Armijo
La abstracción modernista en Nicaragua se inicia y termina ciertamente con el grupo Praxis. Obviemos a Morales y al propio Saravia, por el momento. Praxis define la abstracción como el lenguaje primordial y primigenio de la pintura moderna de Nicaragua. Un lenguaje cifrado impuesto más por la censura somocista que por los lineamientos de la OEA y Gómez Sicre. Acá la abstracción sirvió de arma en contra de la dictadura. Un verdadero enigma para los ideólogos de la CIA que promovieron entonces las corrientes abstractas en Latinoamérica precisamente para neutralizar el carácter insurreccional del arte. Pero de donde venía realmente aquella sed de abstracción de las nuevas generaciones de la pintura nacional. Peñalba había sido figurativo por excelencia. Quizás fue una reacción en contra del maestro. O más bien en contra de la realidad oprimente de la "Época de Oro" a la cual el maestro retrató. Los eruditos señalan las génesis internacionales posibles. Las influencias obvias y necesarias para "explicarlo" todo bien. Muchos siguen suponiendo que el arte de las provincias es y seguirá siendo un derivado del arte de las metrópolis. Se menciona el Expresionismo Abstracto, la pintura matérica española, el grupo El Paso. Pero bastará salir de Managua, buscar el paisaje nicaragüense, sus volcanes, sus lagos, incluso aquellos llenos de excrementos, para entender que la abstracción acá es una cosa del paisaje. De un paisaje, no idílico, sino sometido a la estupidez y la lujuria cotidiana del hombre y sus sistemas políticos. Tanto Vanegas, como Sobalvarro, las dos figuras más importantes dentro de la abstracción praxiana provienen de ese paisaje simbólico y social. Uno de los volcanes a punto de hacer erupción y otro de las llanuras costeras llenas de muerte. La abstracción en Nicaragua proviene pues del paisaje. Pero dije que esta comenzaba y terminaba con Praxis. Y así es. Ya para finales de la década de los 60s la abstracción había sido abandonada por todos los pintores nacionales. Morales y Saravia lo habían hecho antes. Porqué aquel repentino cambio. Una pregunta para los historiadores del arte de Nicaragua. La verdad si es que la pintura nacional se estaba limpiando. Dejaba de ser "color caca", para volverse cada vez más anodina e inocua. Y terminar, estamos claros, vendiéndose más. Incluso los intentos de retomar la abstracción con cierto grado de seriedad, como es el caso de Xavier Orozco, Rafael Castellón y Waslalita, en la década de los 70, no dejaron de ser ya interesantes ejercicios de composición y equilibrio ajenos al pathos social de la abstracción nicaragüense. La esencia de aquella estaba muerta ya. O al menos eso parecía. Rodrigo González, pintor surgido a finales de la década de los 90, sin darse cuenta, o sea de manera natural asume el papel de relevo de una tradición truncada como lo es la abstracción nicaragüense. De algo le ha servido su interés por la fotografía y por el paisaje nicaragüense. De algo le han servido los últimos veinte años de historia nacional con sus reiteradas traiciones al pueblo. De algo, hay que reconocerlo, le sirvió su respeto a aquella tradición pictórica y sus viejas estrellas. De algo también le ha servido ser básicamente autodidacta. Hay que partir de cero para llegar a algo. Empezó como todos. La pintura como mimesis. La clásica naturaleza muerta, el estudio de Ingres, y de repente lo precolombino. Este último más simbólico y enigmático que figurativo. Quizás allí en lo ancestral encontrara los vestigios de una abstracción nacional anterior a la conquista. Son especulaciones.